En el Día Meteorológico Mundial: Historia de un Ciclonero

Rolando Pujol
23 March 2021 6:53am

Créalo o no, en los años sesenta del pasado siglo, cuando un ciclón impactaba a La Habana, el transporte público seguía funcionando. El viento podía azotar con fuerza, la lluvia producir torrentes, los postes y los árboles amenazar con desplomarse sobre las guaguas, pero los choferes de la Empresa de Ómnibus Urbanos, en un bizarro gesto de deber profesional, salían a prestar el servicio aunque cayeran raíles de punta.

Por aquel tiempo, a mis manos había llegado un librito, de aquellos que se imprimían por miles para incentivar en los niños y jóvenes el amor por las ciencias, el “Manual del meteorólogo aficionado”. De manera didáctica explicaba todo lo necesario para iniciarse en la meteorología. Enseñaba también a construir algunos instrumentos para medir el estado del tiempo, utilizando un cabello, por ejemplo, lo que, sin dudas, fue una revelación.

Vivir como “meteorólogo” la experiencia de un ciclón, fue una oportunidad que pude experimentar al cumplir los 12 años, en el memorable y surrealista viaje, que hice en 1966, en una ruta 30 que cubría el itinerario desde el Parque de la Fraternidad hasta el paradero de la Playa de Marianao.

Huracan Irma (2)
Calles inundadas por las fuertes y persistentes lluvias del Huracán Irma

 

Les ahorraré los detalles de cómo me le escapé a mi mamá de la casa bajo el ciclón. Salí a la calle, anegada por el torbellino, esperé un rato en la parada y cuando ya estaba a punto de arrepentirme, apareció la guagua.

Le di al chofer los 8 centavos que costaba el pasaje y me senté en el fondo. Otros dos pasajeros, no tardaron en bajarse, penetrando un vendaval cuando abrió la puerta. Me quedé sólo con el chofer, que concentrado en la conducción manejaba despacio tratando de sortear los obstáculos, las ramas caídas y baches llenos de agua. Apenas los limpiaparabrisas dejaban ver algo hacia el frente, por la catarata de agua que descendía desde el techo.

Para mi escala de preadolescente, la aventura resultaba fascinante. Ver un ciclón en plena calle, desde la relativa seguridad de una guagua, en vivo y en directo, quizás fue uno de los acontecimientos que incentivó mi vocación por el periodismo.

Huracan Irma (3)
Alrededores del Parque Maceo, en La Habana, inundados por las lluvias del Huracán Irma

 

Un gajo cayó sobre el techo con gran estruendo, el conductor aceleró un poco, y la rama salió por la parte de atrás del ómnibus hacia la calle. “Menos mal que no le dio al cristal”, comentó aliviado y fue entonces que se dio cuenta de que yo era el único pasajero que transportaba.

El viento ensordecía con un silbido agudo y se filtraba salpicando agua, entre las ventanillas, algunas a medio cerrar, pues el viejo General Motors, ya iba mostrando sus achaques. La mayoría de los asientos se habían mojado, por lo que me moví hacia el frente, donde permanecían  algunos secos.

Huracan Irma (1)
Las fuertes rachas de viento del Huracás Irma derribaron árboles centenarios

 

Grandes árboles estaban por el piso, al doblar por la calle 19. Un grupo de muchachos se deslizaban en cartones y tablas por la corriente que bajaba desde las alturas de Buena Vista. Más adelante, una alcantarilla sin tapa, se iba atragantando con el torrente, formando un remolino. El chofer, detuvo el ómnibus y me miró como quien viera a un bicho raro. “¿Para donde tú vas muchacho?”. Le respondí que hasta el paradero.

El hombre volvió a concentrarse en la conducción, teniendo que sortear un poste del alumbrado, caído casi llegando a la calle 84. A ambos lados de la avenida una riada arrastraba escombros, que formaron un dique, por donde el ómnibus pasó levantando un surtidor. El motor tosió, al penetrar agua en el tubo de escape; un acelerón, lo sacó del trance.

Al llegar al paradero de la Playa de Marianao, el chofer frenó el carro y clavando la mirada cansada, sobre su único pasajero, dijo: -“Fin del viaje”. La lluvia había amainado un poco, pero un remolino de hojas, papeles y todo tipo de cosas, seguía volando alrededor de la guagua, como si el ciclón también se hubiese detenido sobre nosotros.

Con una expresión en el rostro de “angelito bajado del cielo a escobillazos”, como solía decir mi madre, le pregunté al chofer: “¿Usted me podría llevar de regreso para La Habana?”.  

El hombre, a quien nada debía ya de sorprenderle en este mundo, se volteó hacia el timón y emprendió el tornaviaje, “Todos los días sale un loco a la calle”, dijo por lo bajo.  Yo pensé entonces: “Bueno, ahora somos dos”.

Ese fue el último año en que las guaguas salieron bajo los ciclones. Con el tiempo, me hice fotorreportero y viajé por toda Cuba, “cazando huracanes”. Algunas de esas fotos, son las que acompañan esta crónica, como modesto homenaje a los meteorólogos en su día, en especial a nuestro amigo José Rubiera, gran aficionado a la fotografía.

Huracanes en Cuba (3)
Foto tomada en uno de mis viajes por Cuba como fotorreportero

 

 

 

 

 

 

 

Back to top