Los astronautas de Cristóbal Colón

Cuando Cristóbal Colón partió de Palos de Moguer el 3 de agosto de 1492 para hallar las tierras de Cipando (Japón), navegando hacia el oeste, tenía mucha menos información que la que disponían los astronautas del Apolo 11, que despegaron al espacio el 16 de julio de 1969 hacia otro destino: la Luna.
A la expedición de Neil Alden Armstrong, Edwin Eugene Aldrin, Jr. y Michael Collins, le antecedieron tres misiones de exploración. A Colón solo los Vikingos escandinavos, mucho más al norte de la ruta que pretendía seguir y de eso es probable que solo tuviera un vago conocimiento.

Sin embargo, era evidente que Colón sabía mucho más de los que dejaba traslucir, después de pasar más de 20 años preparando su gesta oceánica. En ese tiempo había tenido acceso a testimonios escritos por célebres viajeros de la antigüedad, como Marco Polo, quien 200 años antes había llegado al Asia y escrito el testimonio de su visita a la corte del Gran Kan de China y de quien se dice tuvo Colón, su mayor motivación.
También se afirma que el Gran Almirante estudió los textos de los sabios griegos de la época clásica como Pitágoras, Aristóteles, Heródoto y Platón, que ya venía planteado sus ideas con respecto a la redondez de La Tierra. Luego, si la Tierra era una esfera, era obvio que se podía alcanzar un mismo destino, navegando hacia el este, o hacia el oeste, una vez completado el recorrido por la circunferencia.
La tecnología del Apollo 11, era la más avanzada de su tiempo a inicios de la Era Espacial. Colón, sin embargo, al comienzo de los grandes viajes de descubrimiento, dispuso sobre todo de una intuición especial, a la par de sus conocimientos de navegación, para trazar el rumbo, en una latitud desconocida, sin cartas de navegación, pues su expedición iba en un viaje hacia lo ignoto, por un mar que sus marineros esperaban, aterrados, que de pronto se abriera y cayeran a un abismo sin fondo.

Los astronautas de la misión Apollo, también debían “navegar por un abismo insondable” y confiar el éxito de la misión a cálculos balísticos muy precisos. Armstrong, el comandante de la expedición, al igual que Colón, tuvo que apelar a su instinto para poder alunizar con el Águila, cuando la computadora de a bordo falló y se vio en la disyuntiva de asumir el mando manual, o abortar y hacer fracasar una misión en la que se había invertido los esfuerzos de miles de personas y la construcción de la máquina más costosa nunca antes vista. La otra alternativa era no poder regresar nunca más a la Tierra si consumía más combustible de la cuenta.
El viaje de la Niña, la Pinta y la Santa María, también estuvo a punto de ser uno sin retorno. Las corrientes llevaron a las naves a la zona de calmas ecuatoriales, o Mar de los Sargazos, donde estuvieron días desesperados por que corriera una brisa que hinchara las velas, para salir de aquella sopa en la que prevalecía una calma total. Curiosamente, el punto de la Luna donde Neil Armstrong por fin logró alunizar se llamaba Mar de la Tranquilidad.
Otras curiosidades comparativas entre el viaje de Colón y el de los astronautas a la Luna es que el Gran almirante utilizó tres embarcaciones y el Cohete Saturno V que sacó de la Tierra al Apolo 11, utilizó tres etapas en sus cohetes propulsores, que le proporcionaron la velocidad de escape de la órbita terrestre.
Al regreso Colón, tuvo que abandonar en el Nuevo Mundo una de sus tres embarcaciones, la Santa María, que encalló y fue desmantelada para construir el Fuerte Navidad, y los astronautas del Apolo soltaron el módulo de descenso, una vez que alcanzaron la órbita lunar a 50 Km de altura. El Águila caería y se destruiría en el choque con la Luna.
Colón plantó la bandera del Reino de Castilla al tocar Tierra y Neil Armstrong lo hizo con la bandera de los Estados Unidos.
Antes de emprender el viaje trasatlántico hacia lo desconocido, la expedición de Cristóbal Colón tuvo que hacer escala en Canarias y corregir el rumbo otras tres veces. El Apolo 11 tuvo que detenerse en la órbita circunterrestre primero, después invertir la posición del módulo de descenso, reorientar su posición, y quemar las últimas 60 toneladas de combustible de la tercera fase de los cohetes, para alcanzar la velocidad de escape hacia la Luna, a la cual llegarían tres días después. El viaje de ida y regreso a la Luna duró 195 horas. El de Colón unos 200 días.
Los astronautas del Apolo 11 llevaban una provisión de alimentos y oxígeno para unos 15 días. Colón y sus hombres 15 días después de iniciada la travesía por el Atlántico, apenas les quedaban provisiones en buen estado, pues casi todo se iba pudriendo con el calor y la humedad.
Al regreso a España, Colón presentó a los Reyes Católicos para demostrar el éxito de su viaje una veintena de objetos, personas, plantas, animales y minerales, entre estos varios indios y piezas de oro. En la Luna los astronautas realizaron minería lunar, extrayendo unos 21 kilogramos de piedras que transportaron a la Tierra, que en ese momento fueron las piedras más caras del mundo.
En Cuba existen cuatro estatuas de diverso tamaño consagradas a Cristóbal Colón. Una está en el Palacio de los Capitanes Generales, otra en la Ciudad de Cárdenas; la más pequeña, mirando hacia el mar en la Playa de Guardalavaca y la mayor en la Ciudad de Baracoa, la primera villa fundada por los españoles en 1514. La Necrópolis de Colón, lleva el nombre del Gran Almirante, pero solo las letras “C” en sus verjas de hierro, aluden al navegante.