Conversación con Alberto Méndez, coreógrafo de la emotiva Muñecos

alina
05 August 2015 8:36pm
Conversación con Alberto Méndez, coreógrafo de la emotiva Muñecos

A pesar de que los años pasan y la gente todavía llora en cada buena puesta de  Muñecos, la pieza más exitosa de Alberto Méndez, su autor considera que hay otras mucho más interesantes.   

Alberto Méndez apenas se deja conocer, es el creador de varias coreografías imprescindibles en el repertorio del Ballet Nacional de Cuba (BNC), pero no le agradan las entrevistas. Grabadoras y micrófonos perturban sus nervios y, renuente a la palabra (la suya), cree que los trabajos son suficientes para conocer a alguien. Mas, si él no lo dice ¿quién pudiera suponer que su coreografía más exitosa le gusta poco? Al menos él piensa que tiene creaciones mucho más interesantes que Muñecos, mientras los años pasan y la gente todavía llora en cada buena puesta de la pieza.

“Sí es una de las peores obras que he hecho, y sé que emociona, lo sé, todavía me la piden en países muy distantes, y yo recuerdo los primeros días de su montaje en el BNC, con Caridad Martínez y Fernando Jhones, varios bailarines venían a ver el ensayo y todo el mundo terminaba llorando”, relató el otrora primer bailarín de la compañía, que pese a haber desplegado una buena carrera como intérprete pasará a la historia en primer lugar como uno de los más importantes coreógrafos de Cuba.

Con Muñecos, Alberto ganó el Premio de Coreografía en el II Concurso Internacional de Ballet de Tokio, 1978. La fusión entre lo cubano y lo universal que él califica de “idea sencilla” otros la han visto como genial, y la apelación a emociones no parece tan simple. Aunque si lo fuera, ¿acaso el amor imposible no sigue siendo la piedra angular del teatro, la novela, el cine y de gran parte de las industrias culturales?

Al creador de Muñecos, Rara avis y Tarde en la siesta, le gustaría retomar Plásmasis, su primera obra (primer lugar en el V Concurso Internacional de Varna, Bulgaria, 1970, como la mejor coreografía contemporánea), a ver si ha pasado la prueba del tiempo, como Suite generis, cuya puesta el año pasado suscitó ovaciones y una sensación de frescura, no parecía tener casi tres décadas.

También hace un año una estudiante mexicana de ballet, le pidió que le montara la variación de Soledad de Tarde en la siesta para un evento, y las condiciones de la joven –la talentosa Paulina Guraieb- lo impulsó a cambiarle el final a la escena para cerrar con el personaje desgarrado sobre el suelo. Aquella interpretación le valió a la chica una medalla de oro en la modalidad contemporánea dentro de un certamen internacional de 2014, en Italia.

“El ballet no es video, cada vez que el creador lo retoma se le ocurren ideas, detalles. Además, los intérpretes a veces impulsan una modificación, según sus condiciones”, observó el Premio Nacional de Danza 2004.

Méndez acaba de dirigir el Cuballet de verano (curso internacional para estudiantes y profesionales de numerosos países) del Centro Prodanza de Cuba que culminó con una puesta del célebre clásico Don Quijote en el Teatro Nacional.

La directora general del evento, Laura Alonso, tenía un compromiso profesional en Canadá que le coincidía en fecha y lo llamó.

“Yo no estaba haciendo nada, así que acepté trabajar en el Cuballet y aunque no me gusta dirigir, cuando a uno le apasiona lo que hace puede decirse que las cosas fluyen”, comentó.

Por decisión propia, Alberto eligió a los bailarines para los roles principales mediante audición y asumió la versión de Quijote de Prodanza, sobre la original de Marius Petipa, con respeto. Solo propuso algunos cambios de detalles para ganar en veracidad y distribuir cargas.

Según Méndez, un coreógrafo –al igual que todo creador- necesita dar gran importancia a la cultura, porque la creación necesita una base para sostenerse.

“A mí me gustaban mucho el cine y las películas de ballet. Venir del mundo de la danza contemporánea me ayudó, yo conocía a Martha Graham, a Doris Humphrey, a José Limón, a toda una serie de personajes de peso universal. Desde joven me preocupaba por estudiar a los grandes bailarines de la historia y eso me ayudó”, reconoció este fundador del Conjunto Nacional de Danza Moderna (hoy Danza Contemporánea de Cuba).

Quizás por eso su obra trasciende los marcos de los estilos clásicos y transita por lo contemporáneo hasta los más modernos espectáculos musicales. Alberto ha trabajado con un montón de compañías artísticas dentro y fuera de Cuba, entre ellas el Gran Teatro de Varsovia, la Scalla de Milán, las Arenas de Verona, el Ballet de San Juan de Puerto Rico y la Compañía Nacional de Danza de México.

Por talento y coincidencia histórica, Méndez tuvo la responsabilidad en una época de concebir obras específicamente para la prima ballerina assoluta Alicia Alonso, y sus desvelos para cumplir con el encargo dieron lugar a Roberto el diablo, La Péri, La diva: María Callas in memoriam; La viuda alegre; Canción para la extraña flor; Nos veremos ayer noche, Margarita; Ad libitum (concebida para Alicia y el gran bailaor español Antonio Gades) y Poema del amor y del mar, entre otras.

La última pieza mencionada debió construirla nada más y nada menos que para el único encuentro escénico entre la Alonso y uno de los bailarines más extraordinarios del siglo XX, Rudolf Nureyev.

Un aspecto que siempre habrá que reconocerle a Alberto es su pericia para trabajar sin límite en cuanto a la cantidad de bailarines, pues logró solos de la intensidad de Free at last; dúos tan exquisitos y contrastantes como Vals, Muñecos, El río y el bosque, Intimidad; tríos -Suite generis, Paso a tres, Intermezzo per le amore (este de tres parejas)-; cuartetos - Tarde en la siesta- y piezas magistrales para cuerpo de baile como Después del diluvio, El poema del fuego, Mal de Ángeles, un ballet sin argumento, Fantasía, entre otras que exploran la homogeneidad y algunas particularidades posibles dentro de grupos.

Alguna vez creí que Alberto había visto el satírico Sinfonía en D de Jiri Killian antes de componer Paso a tres, me equivoqué. En la década de 1970, el coreógrafo cubano solo pudo reflexionar sobre las concepciones del francés Maurice Béjart con su fabulosa compañía Ballet del Siglo XX, con la que vino a La Habana para actuar en el Festival Internacional de Ballet de 1969.

 “Eso sí me marcó y la influencia creo que se notó desde mi primera creación, Plásmasis”, aseguró. Tras ese estreno, el decano mundial de la crítica de ballet, el inglés Arnold Haskell, lo calificó de “coreógrafo de gran futuro”, y luego de los lauros internacionales del propio Plásmasis y de Muñecos, la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba le concedió a Alberto el primer premio de coreografía en 1980 por Rara avis, y tres años después repitió el galardón con El poema del fuego.

“En cuanto a Paso a tres, su música de Mauri la descubrí en un disco en el departamento de sonido del BNC y yo le pedía a cada rato al sonidista que me lo pusieran para reírme un poco. Y mi amiga Mirta Plá (una de las llamadas cuatro joyas del ballet cubano) empezó un día: ay Alberto, montanos algo a Aurora (Bosch, otra de las cuatro joyas) y a mí. Como lo que tenía a mano era una música que me daba risa, salió gracioso. En cuanto comencé a montar con ellas y con Jorge Esquivel –que era un tremendo bailarín- las frases fueron saliendo espontáneamente”, relató.

No me atreví a confesarle que aprendí a valorar la escenografía y el vestuario como elementos a veces muy necesarios gracias en parte a él, que fue en 1974 el Hada Carabosse del estreno de la versión coreográfica de Alicia Alonso sobre La bella durmiente y hace poco más de una década construyó para la Escuela Nacional de Ballet una puesta propia con una Maléfica caracterizada por un hombre, pero en zapatillas en puntas.

Y era tal el dominio del estudiante Carlos Caballero de ese instrumento que el coreógrafo se atrevió a pedirle complejos saltos de hombres como los doble tours, terminados en quinta posición de pies, en puntas.

El resultado, un escándalo que levantó protestas a alto nivel y se paralizó la producción, algunos perdieron las esperanzas de llevar a escena la propuesta. De pronto, se descongeló el problema y no daba tiempo a terminar el vestuario y la escenografía para el programado primer espectáculo.

La dirección del centro tomó la valiente decisión de presentar a la mayoría de los intérpretes en uniforme técnico, como se denomina al conjunto de leotard negro, mallas blancas y saya corta común dentro del ámbito académico. En aquella puesta, por ausencia, la periodista que suscribe estas líneas –por entonces estudiante universitaria- aprendió a apreciar el aporte de la utilería a los ballets con historias y admiré la osadía de Méndez.

Ya en esa época, se había distanciado del BNC tras 40 años de trabajo en la compañía, pero muchos teníamos la certeza de que sus obras no podrían ser ignoradas, porque si alguien supo crear brillantemente y conferir un sello a su trabajo fue él.

El tiempo pasa, el maestro tal vez tenga poco o nada que hacer tras el cierre del verano, pero la cosecha de aplausos no cesa, Tarde en la siesta, Suite generis y Muñecos aún dan de qué hablar. Alberto Méndez sigue vivo.

Back to top