Un Cristo que bendice a La Habana y apenas conocemos

alina
22 November 2017 1:53pm
Un Cristo que bendice a La Habana y apenas conocemos

Recientemente se le otorgó la condición de Monumento Nacional al Cristo de La Habana, la majestuosa estatua que bendice a la ciudad desde su colina en el pueblo de Casablanca y que ha devenido en hito del paisaje de la bahía y el puerto, y con el tiempo también en ícono de la identidad capitalina, aunque curiosamente muchos de los que viven en esta agitada urbe no conozcan casi nada sobre esa llamativa pieza.

La escultura, que se encuentra a 51 metros sobre el nivel del mar, puede ser vista desde diferentes lugares de la ciudad, y llama notablemente la atención porque su mármol blanco de Carrara contrasta con las piedras grises del entorno histórico cuatricentenario que la circunda, donde resaltan las fortalezas de los Tres Reyes del Morro, San Salvador de la Punta y San Carlos de la Cabaña, baluartes que en otros siglos nos protegieron del asedio de visitantes indeseados.

Sin embargo hoy, la figura de este Cristo de pie, con una mano en alto, bendiciendo, y otra sobre el pecho, como para hacerlo lucir más humano, se incorpora a ese conjunto arquitectónico y parece dar la bienvenida a los barcos de gran porte que traen cada vez más mercancías o turistas hasta la rada habanera.

Con sus ojos vacíos, que dan la impresión de mirarnos desde cualquier lugar en que sea observado, ese Cristo nuestro también vigila el ir y venir de las pequeñas lanchas de pasajeros que transportan a los vecinos a ambos lados de la bahía, y se mantiene atento al trasiego constante de vehículos y personas en la avenida que más nos acerca al mar.

Quizás, por tener una presencia tan habitual en nuestras imágenes cotidianas de La Habana es que hemos olvidado de indagar en su historia y valores. Suele pasarnos también con la estatua del parque de la esquina, y hasta con ese rio Almendares que nos atraviesa y recordamos solo cuando cruzamos alguno de sus puentes. ¿O no?

Aunque puede ser que en este caso podamos poner algo de culpa sobre su propia creadora, la escultora cubana Jilma Madera, que acostumbraba a romper con los cánones establecidos y nos legó un Cristo que se nos antoja mucho más cercano. De hecho, el día de la inauguración oficial  de la escultura, el 25 de diciembre de 1958, aseguran que dijo: “Lo hice para que lo recuerden, no para que lo adoren: es mármol”.

A pesar de esa concepción tan “terrenal”, que Madera intentó reflejar en muchos detalles de la estatua, como los labios pulposos en recuerdo de nuestro mestizaje racial, o los pies calzados por unas chancletas de “meter el dedo” muy similares a las que ella solía usar; e igualmente gracias a esa concepción, no puede negarse que su representación de Jesucristo cuenta con excepcionales valores artísticos.

No por gusto ha devenido en la obra más emblemática de esa escultora, que tiene otra muy significativa: el busto de José Martí emplazado en el Pico Turquino, en el oriente cubano.

La historia que toca…

Al Cristo en particular, con unos 20 metros de altura y un peso aproximado de más de 300 toneladas, esta  artista dedicó más de dos años de su vida, si contamos desde el momento en que presentó el boceto al certamen convocado para financiarlo y hacerlo realidad; un concurso en el que triunfó de manera inesperada, según confesó tiempo después.

Entonces, Madera preparó un modelo de yeso de cerca de tres metros, lo suficientemente proporcionado como para poder agrandarlo hasta las dimensiones definitivas. Se lo llevó consigo a Italia, donde durante meses y meses dirigió técnica y artísticamente a los obreros que conformaron las 67 piezas de mármol que componen la estatua.

Cuentan además que la obra terminada recibió la bendición del Papa Pío XII, y que la propia escultora, muy conocida por el fervor que ponía en sus trabajos, embaló y acomodó cada unas de las partes en el barco que las trajo desde el puerto de Marina, en Carrara, a mediados de 1958. También acompañó luego a los trabajadores que se encargaron directamente del montaje, en jornadas que excedían las 16 horas diarias.

Como curiosidades, vale añadir que en la base de la estatua, con cerca de tres metros, la autora del Cristo enterró algunos objetos de la época, como periódicos y monedas, y que, por otra parte, a su regreso de Italia decidió traer un bloque adicional de mármol por si algún día hacía falta.

Lo necesitó un poco después, justo en 1961, cuando un rayo impactó y perforó la cabeza de la escultura. Ese tipo de accidente volvió a ocurrir en 1962, y en 1986, porque el tamaño de la figura, y la armazón ferrosa que la sostiene al centro, la hacían muy vulnerable. Como solución final hubo que instalarle un pararrayos.

Por eso se dice que fue Madera la que acometió la primera restauración, y quienes la conocían aseguran que cuidó siempre con mucho celo del Cristo que concibió, la estatua a la quiso otorgar “vigor y firmeza humanas”.

Varias instituciones religiosas se reunieron posteriormente para asumir el proceso de la segunda rehabilitación de esta obra, realizada a finales de los años 80 del pasado siglo, y en la que desafortunadamente no se emplearon materiales compatibles, porque no estuvo avalada por ningún criterio técnico, según refieren varias fuentes.

En tanto que en el año 2012, teniendo en cuenta el nivel de deterioro que ya se apreciaba en el monumento escultórico, pues su superficie había sido atacada fuertemente por el intemperismo y la agresividad sostenida del medio ambiente marítimo al que se expone, se decidió emprender un riguroso estudio de diagnóstico, que concluyó en un proyecto muy completo y abarcador de restauración.

Con el soporte de muy diversas instituciones, esta labor rehabilitadora integral nos devolvió al Cristo de La Habana con un recobrado esplendor, e incluso con un expediente adicional en el que se incluyen recomendaciones y normas para garantizar el mantenimiento y la conservación de la obra en el tiempo.

El proyecto en cuestión mereció en 2013 el Premio Nacional de Restauración, y al equipo multidisciplinario que lo hizo posible se le reconoció igualmente con los premios ICOMOS-Cuba y DOCOMOMO-Cuba de ese año.

Ahora llega para este símbolo indiscutible de la capital cubana la condición de Monumento Nacional, bien merecida, y de seguro aplaudida por los que sí conocen de la pasión y el empeño de una Jilma Madera, que fue capaz de regalarnos un Cristo diferente, a partir de una simple y caprichosa encomienda.

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