La Habana: V siglos de glamour y prestancia

Como esa Damisela Encantadora de Ernesto Lecuona se erige La Habana, desafiando al tiempo tras casi cinco siglos de glamour y prestancia. Me he descubierto pensándola, desandando sus vetustas calles del casco histórico, tratando de esculpirla a tenor con su condición de Ciudad Maravilla… intentando siempre convertirla en memorable y eterna. Aquí les reseñamos algunos sitios emblemáticos que recibieron el Premio Excelencias 2018.
Y es que pulsar La Habana es complejo. Como un cóctel de disímiles ingredientes conjuga lo antiquísimo con la contemporaneidad, el aura del Malecón, y algo que considero una de sus esencias indiscutibles: el carisma de su gente, el alma de una ciudad sólidamente edificada sobre su pueblo, sobre tradiciones, historia, cultura y visión de un futuro mejor.
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Desde el Almendares a la Plaza de la Revolución; desde su Catedral al aeropuerto José Martí, donde se materializa el contacto inicial de los visitantes con la urbe; desde Fusterlandia hasta las Playas del Este… mi Habana persigue la Excelencia, sea cual sea el vestido que calce sobre su piel de 500 años, pero aún aterciopelada si se le pretende y mira con los ojos del corazón.
Disímiles historias encierran La Habana, desde un amanecer o crepúsculo sentado al amparo del Malecón o El Cristo de Casablanca, hasta su agitada vida nocturna, pasando por íconos o emblemas de nuestra gastronomía que, con su quehacer cotidiano y la satisfacción del cliente, se han convertido en sitios de referencia obligatoria.
Es inconcebible, por ejemplo, que un visitante que se decida a descubrir el casco histórico de la ciudad a pie, no contemple escalas en El Floridita y La Bodeguita del Medio.
El Floridita: Ícono que abrió sus puertas en 1817 con el nombre de La Piña de Plata, en Obispo y Monserrate. Poco después fue llamado La Florida. En 1914, el catalán Constantino Ribalaigua Vert comenzó a trabajar como mesero y cuatro años más tarde se convertiría en dueño del local al comprarlo a Salas Perera, ya bajo su nombre definitivo, Floridita.
Constantino (también conocido como "Constante") fue quien llevó por primera vez a La Habana el daiquirí, una bebida nacida en el interior de Cuba. En la década del 30, Ernest Hemingway se instaló en el Hotel Ambos Mundos, a pocas cuadras del Floridita, bar en el que acostumbraba beber daiquirí casi todos los días y, especialmente, la variante Papa Doble, creada en su nombre y llamada así debido a que en Cuba se conocía afectuosamente al escritor como "Papa".
En su honor exhibe el restaurante, además de numerosas fotografías, un busto en bronce realizado en 1954 y ubicado en el que era su rincón favorito dentro del bar, y una escultura a tamaño real hecha en el 2003 por José Villa Soberón donde se le ve apoyado sobre la barra.
Se define el sitio como “La Catedral del Daiquirí”, “La Cuna del Daiquirí” o “La casa del mejor Daiquirí”, pues a diario desfilan cientos de personas ávidas de refrescar su garganta con el peculiar cóctel. Es incesante el ruido de las batidoras y el propio Hemingway rindió tributo en su libro Islas en el golfo al poner a su héroe, Thomas Hudson, a merced de su batidora: “Había bebido dobles daiquiris helados, de los grandiosos daiquiris que preparaba Constante, que no sabían a alcohol y que al beberlos daban una suave y fresca sensación. Como la del esquiador que se desliza desde la cima helada de una montaña en medio del polvo de la nieve. Y luego, después de un sexto u octavo, la sensación de la loca carrera de un alpinista que se ha soltado de la cuerda”.
Luego de esa primera escala retomamos el rumbo y esta vez, al costado de la catedral, nos recibió…
Saciados la sed y el apetito, La Habana aún le depara más, adentrándonos en su vida nocturna recalamos en el Cabaret Tropicana:
Abrió sus puertas para los bohemios y la llamada clase alta de la sociedad habanera en 1939 en Villa Mina, una extensión de bosque tropical de enormes dimensiones, y a partir de entonces se ha ganado apelativos como “el Paraíso bajo las estrellas” o “el night club más atractivo y suntuoso del mundo”.
En calidad de anfitriona nos recibe en los jardines la “Ballerina”, una escultura tallada en 1949 por la gran artista cubana Rita Longa y devenida símbolo indiscutible de Tropicana.
Inmortalizado en “Nuestro Hombre en La Habana”, adaptación cinematográfica de la novela homónina de Graham Greene, dirigida por Carol Reed y protagonizada por Alec Guinness, Maureen O’Hara y Noël Coward en 1959, Tropicana se convirtió en la meca del espectáculo con sus shows, distinguidos desde ese entonces hasta nuestros días. De hecho, las personas más poderosas del planeta acudían curiosas a presenciar ese paraíso bajo el firmamento habanero y volvían maravilladas. El calor caribeño y las exuberantes mulatas moviéndose al compás de la música daban origen a un cóctel del que todo el mundo quería, y quiere, formar parte. Hablamos de un paseo por nuestra cultura desde los tiempos aborígenes hasta la contemporaneidad. Alrededor de dos horas-dos horas y media cautivado.
Para tener una dimensión real de lo que describimos, baste señalar ejemplos notorios:
La presentación de la revista musical Congo-Pantera, constituiría un hito durante la década del 40. Semejando la caza de una pantera en África se vinculó por primera vez el show a la vegetación circundante, los bailarines aparecen entre el rico follaje de las plantas, el uso de la luz sobre las mismas cobra importancia y la propia pantera interpretada por Tania Leskova irrumpía ante todos descendiendo de un majestuoso árbol. El director de esta producción fue David Litchin, que provenía junto con la Leskova del célebre Ballet Ruso de Montecarlo. En esta oportunidad también se contó con la participación del afamado músico cubano Chano Pozo.
El aporte artístico de populares figuras extranjeras como Josephine Baker, Tongolele, Xavier Cugat y Los Chavales de España tampoco se hizo esperar. Otro tanto ocurriría con cubanos no menos famosos, tal es el caso de Rita Montaner “la única”, lgnacio Villa “bola de nieve” y el propio Alfredo Brito. Por otra parte, ya Tropicana se conocía como el “casino más hermoso del mundo”, más adelante “Montecarlo de las Américas”.
Eso en las décadas del 40 y 50 del pasado siglo. Vuelvo, casi sin energías ya después de tanto disfrute a la actualidad. Me quedo con Mi Habana, la abrazo con todas mis fuerzas, porque ella, al igual que el Paraíso bajo las estrellas que es Tropicana, se convierte en mi Edén cada mañana.
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