Maravillas de La Habana: Esculturas vívidas

Colorida, pintoresca y mística, la villa de San Cristóbal de La Habana enreda sus historias de casi cinco siglos con seres inmortalizados en bronce o piedra, pero imaginativamente “vivos”, observadores del devenir, de amores y resquicios.
La Habana tiene muchas estatuas interesantes, algunas de ellas ya clásicas y emblemáticas como el Cristo de la Bahía o el José Martí de la Plaza de La Revolución.
Sin embargo, un paseo curioso puede resultar aquel en que se busquen esculturas vívidas de famosos, míticos o típicos anónimos que pasaron como gente común por la capital cubana, ahora perpetuados en bronce o piedra, sentados o de pie, indicando hacia algún punto del espacio o evocando las ideas o la obra que los hicieron universales.
De ellos hay muchas estatuas en La Habana, de diferentes procedencias y épocas. Mencionemos sólo una lista, pequeña pero simbólica. Muy cerca del Malecón capitalino, un José Martí, Héroe Nacional cubano, con levita fruncida, lleva un niño en brazos y señala hacia la Oficina de Intereses de los Estados Unidos, mientras el bronce de su cuerpo ayuda a hacerle perdurar en su ejecutoria política,
En La Avenida del Puerto, llegando a la zona comercial de la bahía, muy cerca de la Iglesia de Paula, se encuentra muy elegante, Agustín Lara, el célebre compositor mexicano, con una expresión meditabunda, como listo a componer una nueva pieza. Esta escultura fue donada por el pueblo y el gobierno de Veracruz en noviembre de 2000 y nos conduce al recuerdo de sus canciones románticas.
No faltan las figuras de dioses como Neptuno, en mármol, con su inseparable tridente señalando la entrada a la Bahía habanera, frente a la fortaleza de La Cabaña.
Sin embargo, en ese mismo Malecón aparecen otras figuras interesantes, aunque un tanto desconocidas para la mayoría de los transeúntes, como Pierre Le Moyne 0”Iberville, celebre militar de la Nueva Francia, hoy Canadá, Almirante de Luis XIV y quien muriera en La Habana en 1706. Esta estatua, donada por el gobierno de Québec, se colocó el 14 de noviembre de 1999 por la Oficina del Historiador de La Ciudad.
Más desconocido aún es el japonés Hasehura Rokuemon Tsunenaga, héroe de la ciudad de Sendai, primer japonés que pisó Cuba en 1614, cuya escultura le perpetúa en un parque capitalino (con tarjas en español y nipón, vestido con kimono y sugiriendo la distancia de 11 mil 85O kilómetros que separa a La Habana de Sendai.
También estaba un Johann Strauss dorado, sobre un pedestal y tocando su violín en un parque en las céntricas calles de Línea y C, en el Vedado, rodeado casi a diario por la muchachada de una vecina escuela de enseñanza media.
Y se puede decir “estaba” pues depredadores incultos, pensando que era de oro, arrancaron sus pedazos hasta obligar su derrumbe, según anécdotas populares. Esta obra, colocada el 16 de mayo de 2002, fue una donación austriaca, réplica de la estatua del año 1921 que se encuentra en el parque Stadtpark, de Viena.
Otra estatua muy significativa es la de Don Francisco de Albear y Lara, colocada en el parque de igual nombre, el 24 de octubre de 1887, inmediatamente después de su muerte, en las cercanías del hoy famoso restaurante "Floridita". Se trata del creador del acueducto de La Habana, una obra magistral todavía en uso.
En reconocimiento al perdurable aporte cívico de Albear la fuente integrada en ese conjunto escultórico, habitualmente seca, debería estar provista del preciado líquido que tanto le motivó en vida.
Los últimos tiempos han deparado al artista Jorge Villa un espacio protagónico con sus esculturas al músico de rock Jonn Lennon, sentado con expresión tranquila y evocadora en el parque de 16, en El Vedado; a Ernest Hemingway, acodado en la barra del "Floridita"; a la devota Madre Teresa de Calcuta, en el patio de la basílica de San Francisco de Asís, en La Habana Vieja; y al "Caballero de París", caminando, como perenne transeúnte, frente al mismo templo de San Francisco.
Mientras tanto, otras imágenes inmóviles y sin nombre de bellas mujeres desnudas permanecen en eterna observación de la cotidianidad de La Habana, siempre animadas por el callejeo y el bullicio de nacionales y turistas, que ven en estas estatuas vívidas un motivo o ruta de recreo y toma de fotos.