Trinidad: Palacios de azúcar

Redacción Exce…
04 January 2022 8:35pm
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Texto y fotos: Rolando Pujol

Los primeros tiempos de la Villa de la Santísima Trinidad, después de su fundación el 4 de enero de 1514, fueron un desafío para sus habitantes, enfrascados en superar las penurias del secular aislamiento y las depredaciones de piratas y corsarios, situación que se mantuvo hasta bien entrado el siglo XVIII, cuando la villa va logrando salir de oscuridad y los toques a guerra, gracias al fomento de la industria azucarera y el comercio.

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El siglo XIX, llega en medio de la febril construcción de edificaciones de piedras, ladrillos y tejas, que hacia 1827, ya superaban las 1 500.  Las calles se benefician con el empedrado, confluyendo hacia hermosas plazas y plazuelas. Se edifican varios fuertes militares, iglesias y el Teatro Brunet.

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Sobresale, en el conjunto urbano, la magnífica arquitectura de los palacios de las familias más ricas, como los Brunet, Bécquer, Cantero y Borrell. La emergente aristocracia azucarera no escatima los gastos, para alcanzar un espléndido estilo de vida versallesco. Durante la época de zafra, se mudan hacia las plantaciones del Valle de los Ingenios, donde también levantan hermosas casas de recreo y torres.

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Los patricios, entre los cuales muchos habían estudiado en Europa y los Estados Unidos, cultivaban el buen gusto y estimulaban el desarrollo de la educación y la cultura artística, a pesar de la iniquidad de la esclavitud que colmaba sus bolsillos. La élite invertía también, en todo tipo de artículos suntuarios importados, lo cual iba en ascenso de año en año, hasta llegar a la extraordinaria cifra de 2 232 000 pesos-oro en 1841.

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Al someter al Valle de los Ingenios, hasta el límite de su explotación, el imperio trinitario comenzó a dar síntomas de la crisis que terminaría por derrumbarlo. En 1846, las tierras daban signos de agotamiento en calidad y extensión. Los ingenios consumían cientos de hectáreas de bosques, para alimentar las calderas, las inversiones en maquinaria más productiva y eficiente, para producir más con menos energía, iban disminuyendo la rentabilidad. En medio de todo eso estalló la Guerra de Independencia que terminaría por hacer colapsar a la industria.

Poco a poco, los inquilinos de los “palacios de azúcar”, fueron emigrando de la ciudad en busca de nuevos horizontes para sus fortunas. La otrora animada villa, al terminar la Guerra del 95,  pasó a ser un aburrido pueblo del interior, que languidecía en espera de tiempos mejores. Su aspecto era el de un villorrio descolorido, plagado de ruinas, de las antaño deslumbrantes casonas.

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La suerte de Trinidad, cambió radicalmente a partir de 1988, cuando su centro histórico y el Valle de los Ingenios, son declarados como Patrimonio Mundial de la Unesco. Desde entonces hasta el presente, la ciudad, no ha dejado de recobrar su lustre, admirada por los miles de turistas que la visitan cada año y contribuyen, a que el proyecto de recuperación sea autosustentable económicamente. La villa que nació de los humos y la depredación del azúcar, hoy crece, gracias al turismo y los emprendimientos del trabajo noble de sus pobladores.

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