España se la juega por Cuba

Leonel Nodal
09 May 2019 5:47pm
España se la juega por Cuba

Tanto y tan profundamente lamentaron los españoles la pérdida de su última posesión en América, la isla de Cuba, arrebatada por Estados Unidos mediante su intervención militar en 1898, que su evocación terminó siendo sinónimo de tragedia nacional y último consuelo para cualquier descalabro financiero o personal.

“Más se perdió en Cuba” se comenzó a decir desde entonces en los hogares de España cuando alguien en la familia se lamentaba de cualquier contratiempo, la quiebra de un negocio, el fracaso de una empresa o algún otro desastre, por grave que fuera.

Claro que igual se recordaban las decenas de miles de muertos, heridos e inválidos. “Más se perdió en Cuba” repetían los más viejos, entre ellos los soldados repatriados o los descendientes de emigrantes de larga data en la Isla, arruinados por la guerra, la pérdida de bienes y tierras, muchas de ellas vendidas a precio de remate a los oportunistas invasores, ante la inminencia de la obligada partida.

Por eso, no es casual que ahora una ministra de España se plante en La Habana y con el ardor de quien está dispuesto a defender lo suyo hasta con las uñas, proclame alto y claro que uno de los motivos de su viaje a la Isla es proclamar el rechazo de su Gobierno a la reciente puesta en vigor del Título III de la Ley Helms-Burton de Estados Unidos.

Con voz firme y segura, la titular de Industria, Comercio y Turismo de España, María Reyes Maroto, enfatizó que “pondrán en marcha todas las medidas posibles para defender los intereses de las empresas españolas en Cuba y tenderle una mano al pueblo cubano”.

Después de asimilar los radicales cambios económicos ocurridos en Cuba a partir de 1959 y solucionar en la mesa de negociaciones las querellas resultantes de los procesos de nacionalización, los empresarios españoles volvieron a invertir en la Isla, a partir de la nueva fase de apertura al capital foráneo iniciada en la década de 1990.

Ni ingenuos, ni incautos, simplemente atrevidos emprendedores, confiados en la invitación de la amada Isla, asumieron los nuevos riesgos de desafiar las advertencias que –otra vez desde el Norte- amenazaron con frustrar el sueño de volver e imprimir sus huellas en la pujante industria turística cubana, requerida de capitales, mercados y –sobre todo- experiencia y conocimiento.

Hoy, a la vuelta de casi tres décadas de creciente colaboración, la presencia española se percibe en los más apartados rincones del archipiélago cubano, incluidos una decena de cayos de hermosas playas, de aguas y arenas limpísimas, sin una pisada humana por más de cinco siglos, como a la llegada del Gran Almirante.

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