La Habana de "armas tomar"

Redacción Exce…
20 October 2021 1:33am
La Habana

Por Rolando Pujol

Fotos del propio autor

Siglos antes de que en Norteamérica naciera el mito del cowboy y de la ley del revólver, la Villa de San Cristóbal de La Habana dejaba chiquitos por su nivel de violencia y peligrosidad a cualquiera de los pueblos del lejano oeste. De ese estado de beligerancia permanente dan fe algunas de las actas capitulares del siglo XVI, que se han conservado hasta nuestros días.

En el acta del 18 de abril de 1551, el Cabildo pone orden, penalizando a los acaparadores y revendedores de vino, con multas de 6 pesos en oro. Ordenaba, además, que todos los vecinos “traigan espada de día y de noche, bajo la pena de un peso y que tienen diez días para que se provean de ellas los que no tengan, y las presenten al gobernador.”

La Habana, a pesar de ser fundada en una época en que el Renacimiento se iba consolidando en Europa, fue por muchos años una urbe feudal, donde era menester que los vecinos fueran diestros con la espada, los arcabuces y los cañones. Se crearon cuerpos de milicias y todos, el que más o el que menos, tenía su pistolita de chispa o sable cerca de la cama, pues los piratas o los tránsfugas llegados en las flotas podían robar y asesinar a cualquiera.

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Baterías de costa del Castillo de La Punta

 

En otras de las actas de esa época, el Cabildo hace constar la obligatoriedad de poner “velas” (guardias) de día y de noche, en el camino a Pueblo Viejo, (por donde hoy se extiende el Malecón) y aprestar cañones de defensa y aviso en las peñas del Morro y las caletas de La Punta. A los remolones en acudir al toque de rebato, el Cabildo los podía multar con 100 pesos ó 100 azotes, según fuera vecino o esclavo.

Hasta las mujeres, tenían que patrullar a caballo, andar armadas y vigilar, como Inés de Gamboa, una de las primeras vecinas habaneras, quien dio aviso del ataque de los piratas franceses en 1555.

Con el tiempo, las defensas de la Villa de San Cristóbal de La Habana se consolidaron en portentosas fortalezas, defendidas por cientos de hombres y la mejor panoplia artillera, lo que no evitó el asalto y toma de la ciudad por los ingleses en 1762. Sin embargo, no la tuvieron fácil los británicos que debieron dejar caer sobre el Castillo del Morro más de 20 mil bombas antes de poder rendirlo. 

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Torre de Homenaje del Castillo de la Real Fuerza desde donde se vigilaba la entrada del puerto

 

La Guerra de Independencia, que estalla en 1868 y culminaría con el fin de la dominación española en 1899, convertiría a La Habana en una plaza fuerte del integrismo y en escenario de conspiraciones y revueltas de los independentistas criollos. 

El Ejército español y sus milicias desfilaban o tocaban a guerra en los fortines y calles de La Habana, exhibiendo armas como los fusiles del sistema Minie de balas expansivas, los fusiles y carabinas Remington, Winchester, Colt y Spencer, fabricados en los Estados Unidos o producidos bajo licencia en las armerías españolas. Los oficiales portaban el revólver francés Lefaucheaux calibre 44 y el legendario “Pacificador”, Colt 45. Los formidables fusiles Máuser, fabricados en Alemania y España, se incorporaron como armas de reglamento en la última etapa de la guerra. En los trenes militares, las tropas eran reforzadas con la artillería de campaña, de diversos calibres.

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Revólver francés Lefaucheaux en el Museo de la Ciudad de La Habana

 

El epílogo habanero de la contienda independentista fue el bloqueo naval por parte de la flota de acorazados norteamericana en el verano de 1898. Para entonces, España ya había tomado los aprestos necesarios para crear una poderosa línea de defensa marítima. Desde la Batería de Santa Clara, sendos disparos de los gigantescos cañones Krupp y Ordoñez disuadieron a los yanquis de asaltar La Habana.

Días después, el 3 de julio, el contingente naval norteamericano iría a la revancha en Santiago de Cuba, hundiendo a la vetusta y quijotesca flota del Almirante Pascual Cervera, precipitando la capitulación de España.

No hubo otro apresto militar de tamaña envergadura en La Habana, durante el siglo XX, hasta la Crisis de Octubre de 1962, cuando la Avenida del Malecón se llenó de cañones antiaéreos y las viejas fortalezas coloniales cobijaron nuevamente a las milicias y la artillería de todo tipo, para enfrentarse a una guerra nuclear que terminó en el choteo proverbial de los cubanos: “Rusos mariquitas, lo que se da no se quita,” cuando los soviéticos se llevaron de regreso los cohetes, tras negociar con el presidente Kennedy a espaldas del gobierno cubano. 

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Cuatrobocas antiaéreas utilizadas en la defensa de La Habana en Octubre de 1962

 

Hoy todas las armas del pasado colonial y de la historia más reciente de la ciudad, donde participaron sus habitantes, son inertes y amables piezas de museo que se atesoran en el Museo de la Ciudad, los castillos del Parque Histórico Militar de La Habana Vieja y el Museo de la Revolución. 

Donado años después por los rusos y vacío de su carga infernal, un cohete atómico R- 12, que llegó a ser 77 veces más potente que la bomba lanzada sobre Hiroshima, apunta hacia ninguna parte en la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña, donde el único cañonazo que todavía se dispara es el de las nueve de la noche para poner en hora los relojes de la paz.

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