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Incansables descubridores de La Habana

Leonel Nodal
23 January 2019 10:53am
Incansables descubridores de La Habana

Mi amigo Rodolfo L. es un argentino que viajó a Cuba por primera vez a principios de la década de 1990, y desde entonces creo que ya perdió la cuenta de cuántas veces aterrizó en La Habana.

El primer salto desde la porteña Buenos Aires, al borde del río de la Plata, hasta la capital cubana, lo dio siguiendo los pasos de su hija, enamorada a primera vista del caribeño ambiente universitario habanero, donde decidió soltar ancla.

Enseguida que me encontré con él, poco después de su llegada, supe que también resultó flechado por la envolvente atmósfera de la ciudad bañada por la luminosidad del mar abierto, el serpenteante Malecón salpicado por el inquieto vaivén de las olas y la gente alegre y despreocupada, colorida, risueña, que encontró a su paso, con aquel orgullo de ser cubanos a flor de piel.

Estaba encantado. Su hija se quedó, terminó estudios universitarios, se enamoró, formó su propia familia, y ya le ha dado dos nietos habaneros. Rodolfo volvió una y otra vez, siempre deseoso de encontrar a sus amigos cubanos.

Entonces se me reveló como un agudo explorador urbano, capaz de descubrir detalles en los que nunca reparamos; sitios en los que nunca fijamos la atención, ideales para reunirse, comer, beber, hablar, o por donde pasear durante horas.

Al cabo de tres décadas no se cansa. Vuelve, al menos una vez cada año, y siempre nos sorprende con un nuevo descubrimiento de esta Habana fascinante.

Lo mismo le ha pasado a mi amiga brasileña Telma, quien acumula más de 30 visitas a su Habana, donde siempre procura alojarse en un sitio céntrico: cerca de la Universidad, en el Vedado o en los alrededores del Capitolio, para recorrerla a pie, en largas e increíbles caminatas. Y no se cansa. Disfruta haciéndonos ver algún rasgo habanero, en el que nosotros –residentes- no habíamos fijado la vista.

Y como Rodolfo y Telma conozco muchos otros amantes de la hermosa Habana que vuelven una y otra vez, ávidos por escuchar la música del momento, saborea los nuevos platos de un restaurante particular - “un paladar”- que ofrece una comida criolla de la que ni estamos enterados; una mesa puesta en una lengüeta de tierra que se adentra en playa Baracoa, Jaimanitas o Cojímar, donde se come un pescado o unos mariscos –dicen, tal vez exagerando- “como no hay otro en el mundo”.

Entre esos viajeros, algunos han sido protagonistas de episodios insólitos, como mi viejo amigo Pedro K. un ilustre profesor de Humanidades de Salvador de Bahía, que picado por el desafío de unos colegas que le rebatían la certeza de la apertura de Cuba a la informatización, el inicio de la venta a cubanos de teléfonos móviles con líneas de conexión internacional que les permitieran acceso a Internet, interrumpió la discusión, partió al día siguiente hacia La Habana y al aterrizar, en el propio aeropuerto me dijo: ves esta cámara, lo primero que quiero hacer es fotografiar un habanero hablando por el móvil, para mandársela a aquellos colegas que me disputaban la veracidad de mi relato. ¡Voy a ver qué dicen ahora!

Así son los viajeros repitentes, hombres y mujeres de todas las edades y nacionalidades que llegaron un día por primera vez, y desde entonces vuelven, una y otra vez… He oído decir que en algunos polos turísticos son hasta el 45 por ciento de los veraneantes cada año. O de los “invernantes”, como miles de canadienses que pasan los meses del crudo invierno en la playa de Santa Lucía, Camagüey, según he podido ver.

Empresarios que vienen una y otra vez a las ferias comerciales, donde tal vez no cierren negocio, pero al final entablan contactos y regresan esperanzados de que este año sí tendrán su oportunidad; investigadores, académicos, profesores que asisten a eventos de las más diversas materias, vuelven una y otra vez, al igual que escritores y artistas, en busca de inspiración, porque La Habana tiene algo, un hechizo, una fuente vital, que les renueva fuerzas, ideas, sueños, ilusiones inspiradoras.

Siempre hay un pretexto para volver, pero la celebración en 2019 de los 500 años de La Habana, con certeza será motivo suficiente para los que desde ahora reservan pasaje y alojamiento, estar presentes y vivir un festejo inolvidable.

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