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La Habana colonial concentrada en pocos pasos

godking
03 December 2018 2:07pm
Museo de Arte Colonial

Un visitante en La Habana suele levantar la mirada en busca de medios puntos, guardavecinos, puertas con aldabas que reproducen manos delicadas, bocallaves, rejas  ingeniosas, toda una eclosión de formas que remiten a la historia, pero también a la creatividad y al saber hacer. Eso y más, el mismo forastero puede hallarlo en alta concentración en el Museo de Arte Colonial, presto a cumplir en julio próximo sus 50 años y enclavado en la casa más antigua dentro del entorno de la Catedral.

Un carruaje, una colección de abanicos o una taza bigotera, diseñada para que los señores no ensuciaran sus bigotes al beber, o las labores que las cubanas de antaño confeccionaban con sus propios cabellos y regalaban a sus esposos o novios devinieron testimonios de una época y de un estilo de vida donde confluyó el paradigma europeo con la iniciativa y la pericia local.

Los especialistas colocan la mirada sobre todo en lo cubano, y dentro de ello estudian detenidamente el mobiliario, una colección muy copiosa y de realce. A propósito del tema, Excelencias conversó con Margarita Suárez, directora de Museos en la Oficina del Historiador de La Habana:

¿Puede hablarse de un mueble cubano?

Yo hablaría de un modo de expresarse lo cubano a través del mueble, que en sus diferentes etapas tiene influencias de Europa porque las clases altas  viajaban y aquí se radicaron ebanistas que traían conocimientos de allá.   

De manera general, las particularidades se ven en el diseño de las piezas, en la línea más abierta, más suelta, y eso se asocia a lo nuestro, a nuestra identidad. En la segunda mitad del siglo XIX  entra al país también mucho mueble norteamericano, pero la talla cubana no es igual, digamos que es más voluptuosa y suave.

En Europa no se usa mucho el balance, al que aquí en La Habana se le llama sillón y antes fue la mecedora. El sillón en Europa es nuestra butaca o butacón. Ese movimiento, el balanceo, es muy propio nuestro, como el uso de la rejilla. Todo esto asociado al clima, por supuesto.

Siempre comparo el abanico con el sillón, porque es una forma de buscar frescura. En la mayoría de nuestras casas hoy hay un sillón y eso de venir de la calle sudado y buscarlo, nos identifica. Igual hay que ver la belleza de la madera cubana, con cuyas vetas a menudo se va jugando en las planchas que se superponen.  

Se ha hablado particularmente de la cómoda de sacristía y de la butaca campechana…

También está el taburete y el tinajero, que algunas personas los han presentado como cubanos. No lo son, pero son muebles que nos han acompañado durante muchos siglos y se han arraigado en nuestros campos, en las costumbres de nuestros campesinos.

La cómoda de sacristía, realizada con maderas cubanas, es muy voluptuosa, con mucho movimiento, a fines del siglo XIX con mucha talla sobre todo en las esquinas, y las patas enrolladas. Su nombre se debe a que se empezaron a usar en las sacristías. Las casas sobre todo ya del siglo XVIII empezaron a tener espacios para el recogimiento y la expresión de los sentimientos religiosos, y ahí fue tomando arraigo este mueble que después pasó a los salones. Se identifica con la casa cubana del XIX.

Y la butaca de Campeche se asocia con los hombres, un tanto como las comadritas se vinculan con las mujeres y sus labores manuales. La butaca de Campeche remite a la fuma del tabaco, al rato después del almuerzo en las galerías que circundaban las casas de vivienda de los ingenios. Lo del término no se halla bien estudiado porque a este mueble se le dice también butaca campechana y esa palabra aquí se asocia con una forma de ser y no necesariamente con algo proveniente de Campeche, en México. Un campechano es una persona afable, franca y asequible, con quien el interlocutor se siente cómodo.

¿Cuánto uno puede leer en el mueble?

A fines del siglo XVIII y la primera mitad del siglo XIX cristaliza el gran esplendor del pensamiento cubano. La vanguardia de las ideas y el arte europeos habían entrado a Cuba. Conjuntamente, la casa cubana crecía, y la sacarocracia hacía sentir su poder también hacia lo interno. Por lo tanto, se enriquecen todos los espacios con mobiliario, inclusive, es el momento en que aparecen también conjuntos de muebles del mismo estilo, aunque el cubano siempre ha sido muy ecléctico.

Todo esto es complementado con piezas de porcelana y de cristalería que se traían de Europa porque en Cuba no había desarrollo en esas ramas. Los bordados y tejidos se confeccionaban aquí, por manos cubanas y mucha de esa mantelería y ropa de cama, por ejemplo, la conservamos en el museo, con esmero porque son piezas muy delicadas. Hay muebles que aquí llamamos canastilleros, que guardan esas labores previas a los matrimonios y a los nacimientos.   

¿Cuáles son las piezas más antiguas que conservan?

Piezas de herrería, tenemos una sala dedicada a la arquitectura colonial con elementos decorativos que fueron utilizados en la casa cubana. Hay una valiosa colección de aldabas tiradores con mucha influencia del arte africano. El etnólogo cubano Jesús Guanche y un especialista del museo hicieron un estudio al respecto, y el primero se refiere también a ellas en su libro Expresiones artesanales en la religiosidad popular de Cuba. Están las puertas de las casas cubanas del siglo XVIII, ejemplos de bocallaves relevantes y el mobiliario del Convento de Santa Clara que marca el inicio de la ebanistería en Cuba. Los mismos carpinteros que construían las embarcaciones, los carpinteros de rivera, eran los que hacían los muebles. No hay intención decorativa allí. Como son del convento a veces tienen inscripciones en su interior y en su exterior porque se dedicaban a un culto determinado y ahí se guardaban las piezas relacionadas. 

¿El hecho de que no hubiera intención decorativa usted se lo atribuye a que estaban destinados a un convento, con toda la austeridad que esto supone, o a que eran los primeros pasos de la ebanistería en el país?

A esto último, porque luego los muebles de conventos tuvieron otro aire, e inclusive el tratamiento de la madera es otro.

También conservan una colección valiosa de vajillas…

Procedían de Francia, Alemania o España. Las familias cubanas las escogían, las encargaban y ahí grababan sus títulos nobiliarios, sus monogramas. Todo eso formó parte de un modo de presentarse socialmente las clases adineradas en los grandes banquetes.

Estas piezas se expondrán en el Palacio de Lombillo, que acogerá junto a nuestra sede frente a la Catedral de La Habana y la Casa del Marqués de Arcos el arte del siglo XIX y principios del XX, y especialmente la vajilla, una colección que ha crecido mucho gracias al doctor Eusebio Leal, con su vocación de rescatar el patrimonio cubano donde quiera que esté.

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