EN BLANCO Y NEGRO: El muro que la Habana levantó con vino y plata
Por estos días en que muros y murallas vuelven a estar de moda, podemos decir que La Habana ya tenía la suya garantizada desde el siglo XVII, para evitar que entraran a sus predios los filibusteros de las naciones adversarias de España.
Cuando las potencias europeas supieron de las riquezas que los españoles habían hallado en las Américas se pusieron de inmediato en función de quitarles por asalto todo lo que pudieran.
Después de varios ataques de corsarios y piratas provenientes de Francia, Inglaterra y Holanda, que dejaron muy mal parada a la villa de San Cristóbal de La Habana, el Rey ordena, en 1667, fortificarla y para ello designa los "situados" con una parte de la plata que movían los galeones y manda a cobrar impuestos a las bebidas que se servían en las tabernas de la ciudad, en especial al vino.
Tanto era lo que se bebía en la hoy capital de Cuba, que con el impuesto sobre los espirituosos y un poco más que se tomaba de la plata del Potosí, se inició la construcción de la Muralla de La Habana, concluida 137 años después de su comienzo, y con un costo total de 3 millones de pesos (en aquel entonces).
La muralla, que tenía unos 6 kilómetros de largo, 2m de ancho y 10m de altura, y que contaba con decenas de cañones y cientos de soldados, no pudo impedir la toma de La Habana por los ingleses en 1762. Para la segunda mitad del siglo XIX, había más gente viviendo en la ciudad de extramuros, que en la de intramuros, situación que llevó a iniciar su demolición en 1863, extendiéndose hasta 1920.
Hoy puede contemplarse con admiración el conjunto urbano erigido en el espacio que dejara libre La Muralla de La Habana, y entre los que destaca el monumental Capitolio Nacional, sede del parlamento cubano.
Quedan, como testigos mudos del tiempo y la historia, varios trozos de ese inmenso muro que durante mucho tiempo circundó la ciudad, y que se hacen tan comunes a la vista que muchas veces, nadie repara en ellos. Sin embargo, tienen mucho que contar.
