La impronta de Humboldt en Cuba

¿Por qué Alejandro de Humboldt fue catalogado como el segundo descubridor de Cuba? ¿Cómo fue su estancia y qué aportes legó para el desarrollo de las ciencias en la Isla? Excelencias le acerca a la experiencia de uno de los viajeros más importantes que llegó a la bahía de La Habana aquel 19 de diciembre de 1800.
En el horizonte se perfila la silueta ondulante de uno de los puertos más importantes del Caribe. El mar respira calidez y el sol parece haber condenado al olvido al reino de las sombras. Numerosos retratos al óleo del berlinés Alejandro de Humboldt ayudan a reconstruir la imagen de un hombre de treinta años con profundos ojos azules capaces de sorprenderse de todo lo natural y humano. Seguramente, la brisa marina erizaba su cabellera y refrescaba el rubor que el Trópico pone en las mejillas de los visitantes de climas más templados. La avidez del explorador de seguro lo mantuvo en la cubierta del barco, mientras que con rigor de científico analizaba las formas del litoral y se entregaba a la ansiedad propia de quien está en vísperas de llegar a tierra firme luego de tres semanas de navegación.
La Habana le parece una ciudad pintoresca, muy parecida a la española Cádiz. Describe la entrada al puerto como una de las más alegres de que pueda gozarse en la América equinoccial. Una impresión similar debió recoger en su camino hasta la calle Aguiar donde la familia Cuestas le brinda una hospitalidad noble y generosa. Llega junto a su amigo el botánico y médico francés Aimé Bonplant. Ambos traen un amplio equipaje enriquecido en Venezuela con artículos de los pueblos indígenas que luego donará a museos y academias de Europa.
Las notas de viaje dan testimonio de las andanzas del alemán por las calles de La Habana del siglo XIX. Recorre la ciudad y explora cada una de sus rutas. Asegura que «el europeo (...), trata de comprender (...) un país tan vasto, y de contemplar (…) aquella concha interior de mar rodeada de pueblecillos y de cortijos, aquella ciudad medio cubierta por un bosque de mástiles y de velas de embarcaciones».
Tiene acceso a importantes documentos que le facilitan el trabajo de medición y la rectificación de la posición geográfica de la villa. Cuenta con cartas de representación del rey de España, por lo que tiene acceso a los documentos de las fortalezas militares, castillos y palacetes de la capital, consulta diarios, planos militares y grabados.
La Habana entonces era una villa en expansión en constante intercambio con las corrientes europeas. El confort y la amplitud de los palacetes y mansiones reflejan el vertiginoso crecimiento de la producción azucarera. Es recibido por importantes intelectuales y hacendados que lo ayudan a crear un mapa filosófico y social de la colonia española. Este vínculo es el punto de partida en el largo catálogo de aportes que constituye su obra para el entendimiento de la nación cubana.
Humboldt conecta con el pensamiento abolicionista que va tomando auge en una parte importante de la sociedad criolla. Su propio periplo por las Américas está impulsado por la afiliación a las ideas del Iluminismo, lo cual es esencial en su percepción de la realidad y el estudio que hace de los principales problemas económicos y sociales de la Cuba del siglo XIX.
Cuando años más tarde dedica un libro al análisis de la esclavitud, no solo se limita a la descripción historiográfica, sino que propone medidas para mejorar las condiciones de vida de los esclavos, entre ellas que se les permita cohabitar con sus familias en cuartos y no en barracones, y que se les otorgue la libertad luego de 15 años de servicios. También apunta que el despegue económico de la nación debe buscarse en la aplicación de la ciencia en el cultivo de la caña de azúcar.
La profundidad de las reflexiones que el naturalista expone en su texto Ensayo Político sobre la Isla de Cuba, sorprenden al saber que su estancia solo se prolongó durante tres meses. Quizás su comprensión se basó en las herramientas científicas que poseía tras años de preparación académica y la inteligencia natural de un hombre que puso su fortuna a disposición de las grandes aventuras que experimentó en América.
Lo acompañaron en sus excursiones por el Valle de Güines grandes pensadores e intelectuales como Francisco de Arango y Parreño; el conde de Jaruco
y Mopox; y los herederos de Nicolás O’Farrill. Se cuenta que lo hospedaron en sus ingenios y quizás presenciaron la fascinación del botánico cuando clasificaba y coleccionaba las 156 especias cubanas de plantas que presentó en Paris como parte de su inmensa colección de la flora y la fauna del Nuevo Mundo.
Muestra de su sensibilidad como observador activo es que distinguiera, entre el paisaje rural, la notoriedad de la Palma Real. De ella expresó que «le da un carácter singular al país», un pensamiento que años más tarde se reafirmaría con el nombramiento de la Palma Real como árbol nacional.
Algunos años antes, Humbolt y su amigo Blemond habían prometido unirse a la expedición que el capitán francés Baudín organizara a las regiones australes. Esta es la razón principal por la que ambos deciden embarcarse hacia el puerto del Callao en Lima, Perú, para llegar al punto de contacto.
Del puerto de Batabanó embarcan en una goleta catalana que los transportaría por la costa sur hasta la villa de Trinidad. La embarcación está cargada de pulperos y hombres dedicados al cabotaje. La estrechez los obliga a permanecer la mayor parte del recorrido en cubierta, tiempo que aprovecha para hacer mediciones geográficas y «examinar la influencia que tiene la mudanza de fondo en la temperatura de la superficie del agua». Describe la flora y la fauna marina, mientras se deja sorprender por el paisaje contrastado de azules, verdes y blancos arenales de las cayerías.
Cuando se releen las impresiones de Humboldt sobre su estancia en Cuba alternan los apuntes científicos con el lenguaje poético. Esa sorpresa que experimentara tres meses antes cuando se acercara a puerto cubano, se amplifica durante el trayecto a su despedida. Queda fascinado ante el espectáculo nocturno que ofrecen los cocuyos (insectos fosforescentes) porque «las hierbas que cubren el suelo, las ramas y las hojas de los árboles resplandecían con aquellas luces (...)
pareciendo que la bóveda estrellada bajaba sobre la sabana o pradera».
El 15 de marzo de 1801 se despide de la Isla a la que volvería dos años después en tránsito hacia los Estados Unidos. Se aleja navegando rumbo a Cartagena. Esta vez, su testimonio ayuda en el ejercicio de reconstruir su travesía. Hay en sus palabras la sutil melancolía de quien se ha enamorado de las esencias de una tierra: «Navegando (...) perdimos de vista la orilla sembrada de palmeros, las colinas que cubren la ciudad de la Trinidad y los altos montes de la isla de Cuba. Hay algo de imponente en el aspecto de un país que se deja y que se abate poco a poco bajo el horizonte del mar».